Monochrome close-up of a young woman with a thoughtful expression, emphasizing emotions.

¿Alguna vez te has sentido humillado?

Si alguna vez te has sentido como si te pasara por encima una apisonadora emocional… bienvenido al club de los seres humanos. Y no me mires así, que esto le pasa hasta al más pintado. En este artículo no voy a soltarte rollos técnicos ni frases de taza de Mr. Wonderful. Vamos a hablar en serio, con humor, desde lo más humano, que es donde mejor se habla.

Y por cierto, antes de que se me olvide, te invito a que te unas a la comunidad “Cuerpo y mente, donde hacemos sesiones en directo (increíbles, no es broma), y compartimos contenido que va desde el coaching más práctico hasta lo que nadie se atreve a decir sobre sexualidad consciente. Es el sitio ideal para aprender, reírse y, de paso, reconectar contigo.

Y si quieres que hable de un tema en concreto que te preocupe y quieres que te dedique otro artículo, escríbemelo en comentarios. Así, sin más.

El día que me tragué la tierra con patatas

Todos tenemos ese momento en el que deseamos desaparecer. Yo tuve uno que podría haber sido un sketch entero de cámara oculta. Me caí por las escaleras justo después de decir una frase épica delante de un grupo. Así, como de película. Y lo peor no fue la caída, fue la risa contenida de los demás… Esa risa que te taladra el orgullo y se te queda pegada al alma como un chicle viejo al zapato.

La humillación tiene ese efecto: te desnuda emocionalmente, y no precisamente con velitas y música suave de fondo. Te deja vulnerable, torpe, cuestionándote si llevas la palabra “ridículo” tatuada en la frente sin darte cuenta.

Pero aquí viene la parte interesante. Lo que parecía el fin del mundo se convirtió en uno de los mayores aprendizajes de mi vida como coach. Porque la humillación no es el final. Es un espejo. Y vaya espejo.

¿Por qué duele tanto sentirse humillado?

Porque te toca el ego. Y no hablo del ego como ese villano al que hay que vencer, sino como ese amigo que quiere protegerte pero lo hace a su manera, bastante dramática, como si fuera protagonista de una telenovela mexicana.

Cuando alguien te humilla o cuando tú mismo te sientes humillado (sí, a veces nos lo hacemos solitos, con maestría), lo que realmente ocurre es que tu imagen idealizada se derrumba. Lo que tú querías proyectar no encaja con lo que el mundo ha visto de ti. Y ahí se monta la fiesta interna: culpa, vergüenza, rabia, tristeza, y esa vocecita interna que te dice cosas como “ya no vas a levantar cabeza” o “menudo pringado”.

Pero spoiler alert… ah no, espera, que no puedo usar esa palabra.

Digamos entonces: gran revelación inesperada… esa voz miente más que un político en campaña.

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Las claves para transformar la humillación en algo valioso

Aquí no venimos solo a llorar nuestras penas. Venimos a entender qué podemos hacer con todo esto. Porque el coaching, cuando es honesto, no te maquilla las emociones, te enseña a bailar con ellas (aunque al principio pises muchos pies).

1. Dale la bienvenida al ridículo

Sí, has leído bien. No intentes evitarlo, invítalo a un café. Hacer el ridículo es inevitable si vives, si te arriesgas, si hablas, si amas, si sueñas. Y cuanto antes lo normalices, menos poder tendrá sobre ti.

El truco está en entender que reírse de uno mismo no es debilidad, es sabiduría emocional en estado puro. Cuando aprendes a reírte de ti mismo, dejas de tenerle miedo a la opinión de los demás. Y eso, amigo mío, es libertad premium.

2. Observa el dolor sin añadirle drama

No, no es lo mismo sentir dolor que recrearse en el sufrimiento. El dolor es inevitable. Lo otro es un deporte que muchos practican sin saber que tienen récord mundial.

La próxima vez que te sientas humillado, en lugar de engancharte al drama, observa la emoción como quien mira una peli desde la butaca. No necesitas censurarla, ni agrandarla, solo permitir que pase. Y mientras tanto, respira. Que muchas veces la humillación es solo una emoción intensa que quiere decirte: “¡Eh, estoy aquí! Mírame, que traigo un aprendizaje”.

3. Encuentra el regalo oculto (aunque venga en papel de envolver cutre)

Sí, todo momento humillante trae consigo un regalo. Y muchas veces está envuelto en sarcasmo, incomodidad y ganas de huir del planeta, pero está ahí.

Puede ser una toma de conciencia, una alerta sobre tus límites, una invitación a cambiar de escenario o simplemente una llamada para conectar con tu humildad, esa que te recuerda que no tienes que ser perfecto para ser valioso.

4. Cuida tu diálogo interno (o tu cabeza se convertirá en tu peor troll)

El diálogo interno es ese compañero de piso que nunca se va, así que más vale llevarse bien con él. Si cada vez que metes la pata te machacas como si fueras el peor ser humano del planeta, acabas creyéndotelo. Y cuando te lo crees, actúas en consecuencia. Y ahí sí que se lía.

La clave es hablarte como lo harías con alguien a quien quieres. Con honestidad, pero también con ternura. Si no lo harías con un amigo, no lo hagas contigo.

5. Comparte lo que sientes (sí, incluso eso que te da vergüenza)

La humillación se hace más pequeña cuando la compartes. No necesitas contárselo al mundo, pero sí a alguien que sepa escuchar sin juzgar. Y si no tienes a ese alguien cerca, ya sabes dónde encontrarme. En mi comunidad “Cuerpo y mente” estamos justo para eso: para crear un espacio donde se puede hablar de TODO, sin miedo, sin filtros y con mucho sentido del humor.

Ah, y suscríbete al canal si todavía no lo has hecho. No lo digo por presión, pero… bueno, tú ya sabes lo que tienes que hacer.

¿Y si te dijera que la humillación es uno de los mejores entrenadores personales que tendrás?

No lleva camiseta de gimnasio, ni cobra una fortuna por hora. Pero te entrena a fondo. Te enseña a reconocer tus puntos ciegos, a soltar la imagen que te construiste, a mirar con más honestidad lo que hay debajo del personaje que a veces te crees ser.

Y sí, duele. Pero también te hace más humano. Y ser más humano es el mejor superpoder que puedes desarrollar.

Porque cuando abrazas tu propia imperfección, te vuelves libre. Libre de la mirada del otro, libre del miedo al juicio, libre para vivir con autenticidad, sin disfraces, sin filtros.

El cierre más cursi y más real que te puedo regalar

Todos, absolutamente todos, nos hemos sentido humillados en algún momento. Pero no todos aprendemos a sacarle partido a esa experiencia. Algunos se quedan atrapados en la herida, otros transforman la herida en arte. En historia. En sabiduría. En ayuda para otros.

Así que la próxima vez que la vida te dé un golpe bajo, ríete un poco, respira hondo y luego escribe tu propio final. Uno donde tú decides cómo se cuenta la historia. Uno donde no eres víctima, sino protagonista. Uno donde, por mucho que hayas tropezado, sigues caminando con la cabeza alta y el alma encendida.

Y si algún día te dan ganas de rendirte, recuerda: la tierra no se abre para tragarte… porque estás aquí para pisarla fuerte.


¿Te ha removido algo este artículo? ¿Te ha hecho pensar o te ha hecho reír con cara de “qué cabrón este tío, pero qué razón tiene”? Pues imagínate todo lo que se mueve en los directos de la comunidad “Cuerpo y mente”. Vente, que te estamos esperando. Sin juicios, sin postureo y con muchas ganas de vivir mejor.

Nos leemos (y nos vemos).

— Tu coach de confianza que también mete la pata, pero sabe reírse después.

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