Que levante la mano el que no se haya enfadado nunca…..
Voy a apostar más fuerte:
Que tire la primera piedra el que nunca se haya enfadado sin motivo aparente….
Creo que las manos están descansando en los bolsillos y las piedras continúan en la carretera, donde deben estar.
Es difícil establecer una pauta de lo que genera el enfado; estoy convencido que a nivel académico podremos encontrar mil y una teorías sobre él, pero no me parece el lugar ni el momento para hablar de ellas.
Sería interesante que pensáramos en nuestras experiencias pasadas y que pudiéramos establecer un denominador común en todas aquellas que consiguieron enfadarnos.
Yo lo he hecho y casi me atrevería a afirmar que las causas genéricas de cualquier enfado son siempre las mismas: algo que no ha sido hecho o dicho, según nuestro criterio; eso altera lo que esperamos de esa situación, y no lo aceptamos de la forma correcta.
Llegados a éste punto también podríamos plantearnos cuál es la forma correcta de afrontar un enfado.
¿ la que nosotros consideramos correcta?¿ O bien la que los que nos rodean esperan que sea la correcta?
Independientemente de cuál sea la respuesta a éste planteamiento, el sentido común nos habla de algo cierto: El enfado no soluciona la situación, pues además de no dar respuesta a aquello que nos haya acontecido, probablemente repercuta directa o indirectamente a aquellas personas que nos rodean y que seguramente no tengan la culpa de lo que haya ocurrido.
El enfado es una emoción común que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas. Como ya he dicho antes, a menudo se desencadena cuando nuestras expectativas o necesidades no se cumplen y sentimos que estamos siendo injustamente tratados o ignorados. Aunque el enfado puede ser una respuesta natural a ciertas situaciones, también puede tener graves consecuencias si no se maneja adecuadamente.
Por lo tanto la actitud a tomar, según este pensamiento, sería lógica, ya que es muy normal tener un sentimiento de contrariedad o de desasosiego, y de ahí no se debe pasar, puesto que las principales facultades del ser humano (para estos menesteres) son la deducción, comprensión y evolución, y si permitimos que la ira domine nuestros actos motivados por una contrariedad, no tendremos disponibles ninguna de éstas tres características, y no podremos emitir un juicio de valor adecuado para aquello que nos haya generado el “enfado”.
Cuando nos enfadamos, nuestro cuerpo libera una serie de sustancias químicas que nos preparan para luchar o huir. Estos cambios físicos pueden aumentar nuestro ritmo cardíaco, tensión muscular y presión arterial. Aunque estas respuestas fisiológicas pueden ser útiles en situaciones de emergencia, si ocurren con frecuencia o se prolongan durante mucho tiempo, pueden tener efectos negativos en nuestra salud.
Siempre debemos ser capaces de pensar unos segundos en la situación que nos pueda generar una pérdida de control, y valorarla realizando alguna de éstas preguntas:
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¿por qué ha sucedido esto?
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¿cuál es el motivo real de esa reacción?
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¿eso lo hubiera hecho yo?
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¿yo me hubiera comportado igual?
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¿cuándo empezó ésta situación?…
El enfado también puede tener consecuencias emocionales, como la sensación de aislamiento y la pérdida de relaciones interpersonales. Cuando nos enfadamos, a menudo perdemos la paciencia y nos comunicamos de manera agresiva o defensiva, lo que puede provocar reacciones negativas en las personas que nos rodean. Si esto ocurre con frecuencia, podemos «trastornar y despreciar» a amigos, familiares y colegas, lo que puede llevar a una sensación de soledad y aislamiento.
Un sentimiento de enfado siempre puede calmarse con un poco de aire, unas palabras amables o un simple abrazo. Sin embargo, es necesario practicar el arte de la respiración, la comprensión y el desarrollo personal.
Por último, no olvidemos que el enfado no resuelto también puede aumentar el riesgo de depresión y ansiedad. Si nos enfadamos con frecuencia y no encontramos una manera saludable de manejarlo, es posible que comencemos a sentirnos impotentes y desesperanzados. Esto puede afectar negativamente nuestra autoestima y nuestra capacidad para disfrutar de la vida.
La búsqueda de la comunicación siempre es más necesaria cuando más imposible parece.

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José Ignacio Méndez