Que ya sabemos lo que está pasando
¿De verdad no te preocupa nada? ¿Ni un poquito? ¿Ni lo de tu jefe pasivo-agresivo, ni lo de tu pareja que últimamente parece hablar más con el móvil que contigo, ni lo de esa vocecita que a veces te grita que estás sobreviviendo en vez de vivir? Ya… claro.
Y por cierto, antes de seguir: si quieres que hable de un tema en concreto que te preocupe y quieres que te dedique algún artículo, escríbemelo en comentarios. Lo apunto, lo preparo, y lo cocino con cariño y humor del bueno.
Ahora sí: te aviso que este artículo no es para pasar el rato mientras haces scroll con la otra mano en TikTok. Aquí vamos a tocar fibras, sí, pero con ese estilo mío que mezcla colleja emocional con abrazo. Además, te recomiendo que vengas a los directos de la comunidad “Conecta tu cuerpo y tu mente”, donde hacemos sesiones en vivo que no tienen desperdicio, y hablamos de coaching, desarrollo personal, sexualidad consciente y de todo eso que no se habla en las sobremesas con suegros. Pero ahora… vamos a lo que hemos venido.
El disfraz de “me da igual todo”: cómodo pero apretado
Seguro que conoces a alguien (o quizás tú mismo, ejem…) que va por la vida como si nada le afectara. Que si “yo paso de todo”, que si “ya no me rayo por nada”, que si “a mí no me afecta lo que digan los demás”. Hombre, a ver, a veces eso es madurez… y otras, es una versión sofisticada de la huida.
El problema es que cuando llevas mucho tiempo fingiendo que nada te importa, al final te lo crees. Y lo peligroso no es creerlo tú, lo peligroso es que tu cuerpo también se lo cree. Y ahí empieza el desfile: insomnio, apatía, ansiedad que no sabes de dónde viene, dolorcillos raros que no aparecen en Google… y una sensación de vacío que ni las croquetas de tu madre llenan.
Fingir que no sientes: el superpoder más caro
Sí, fingir que no sientes nada puede parecer útil: no sufres, no te ilusionas, no te decepcionas. Pero el precio es altísimo. Porque si anulas el dolor, anulas también el placer. Si no te permites preocuparte, tampoco te permites emocionarte. Es como querer jugar al parchís sin que te coman la ficha: te quedas quieto toda la partida.
Y tú no viniste aquí para estar quieto. Lo sé, aunque ahora mismo estés pensando que sí, que tú estás bien así, con tu sofá, tu Netflix, y tu “mañana empiezo”. Pero te prometo que debajo de ese “me da igual”, hay cosas que sí te importan. Mucho. Solo que da miedo mirarlas de frente.
¿Por qué fingimos que no nos importa nada?
Buena pregunta. Y la respuesta es tan antigua como el miedo a hacer el ridículo: porque no queremos sentirnos vulnerables. Si no me importa, no me duele. Si no me afecta, no me decepciono. Si no espero nada, no me frustro.
Lo curioso es que esta filosofía de “me resbala todo” no es sabiduría, es evitación. Es como cuando dices que no te gusta el helado de pistacho porque una vez te sentó mal… y en realidad, lo que pasa es que tienes miedo de volver a pasarlo mal.
Pero… ¿no se supone que no preocuparse es sano?
Ah, amigo. Aquí entramos en territorio pantanoso. Porque claro, la psicología moderna, los gurús de Instagram y los libros de autoayuda te dicen que “dejes ir”, que “sueltes”, que “confíes en el universo”. Y yo no te digo que no. Pero antes de soltar, primero hay que sostener. Antes de confiar en el universo, igual te conviene confiar en ti. Y antes de dejar ir… hay que saber qué carajo estás agarrando.
Lo que pasa es que no es tan sexy como poner una frase en Arial cursiva sobre una foto de atardecer.
Así que vamos a hablar claro: no preocuparse por nada no es iluminación, es desconexión emocional. Y ahí, en esa desconexión, es donde perdemos el rumbo, el deseo, la pasión, y la capacidad de decir “esto sí lo quiero, esto no”.
Señales de que estás fingiendo que no te importa (y te está pasando factura)
Te dejo aquí un pequeño test, sin puntuación ni resultado final, pero con intención de removerte por dentro. Si te ves reflejado en más de tres… cuidado, colega.
- Te da igual todo pero te cuesta dormir.
- No te afecta nada, pero estás siempre cansado.
- No te importa lo que piensen los demás, pero estás constantemente comparándote.
- No sientes ni tristeza ni alegría, solo un “meh” crónico.
- Cada vez te ilusiona menos lo que antes te flipaba.
- Llevas semanas sin tener una conversación de verdad (de esas que no se resuelven con gifs de WhatsApp).
- La frase “no tengo tiempo” se ha convertido en tu lema vital.
Si estás ahí, tranquilo. No es el fin del mundo. Es el comienzo de algo mucho mejor, si te atreves a dejar de fingir.
El arte de volver a preocuparse (pero bien)
Preocuparse no es malo. Lo que es insano es preocuparse mal. Y ahí, amigo, tengo que decirte que los hombres en general somos bastante creativos para hacerlo fatal: lo metemos todo en una caja, la enterramos bajo mil capas de “estoy bien”, y luego nos sorprendemos cuando nos salta la ansiedad en medio del Carrefour.
Así que vamos con ideas claras, prácticas y con sentido común.
Dale nombre a lo que sientes
Esto es básico, pero crucial. Si no sabes lo que sientes, no sabes lo que necesitas. Y si no sabes lo que necesitas, vas a ir tirando con lo que venga. Y lo que venga, muchas veces, no es lo que quieres. Así que, antes de apagarte… pregúntate qué te está moviendo por dentro. ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Frustración? ¿Un cóctel molotov emocional? Ponle nombre.
Habla con alguien (pero no vale el típico “todo bien”)
Y no, no vale soltarlo mientras ves el fútbol ni entre caña y caña. Me refiero a hablar de verdad, con alguien que te escuche de verdad. Puede ser un amigo, tu pareja, o un coach (guiño, guiño). Pero no te lo tragues solo. Lo que no se dice, se queda. Y lo que se queda, pesa.
Revisa tus prioridades, que igual ya no son las mismas
A veces, dejamos de preocuparnos por cosas porque ya no nos representan. Otras veces, es porque nos duelen tanto que preferimos mirar para otro lado. Haz una lista de lo que sí te importa. Aunque duela. Especialmente si duele.
Y por cierto… si te está gustando lo que lees, suscríbete al blog o al canal, que de vez en cuando me salen joyitas como esta y luego me las agradeces entre lágrimas. Pero seguimos, que aquí no hemos venido a mendigar likes, sino a remover mentes.
No preocuparse por nada es la gran mentira emocional de nuestro tiempo
Vivimos en un mundo donde la indiferencia se vende como virtud. “No te lo tomes personal”, “relájate”, “vive y deja vivir”. Y sí, todo eso está muy bien. Pero también está bien llorar. También está bien cabrearse. También está bien admitir que hay cosas que sí nos importan, y mucho. Y que está bien que así sea.
No eres más fuerte por hacerte el duro. Eres más libre cuando te das permiso para sentir, sin que eso te arrastre. Porque la verdadera fuerza emocional no es indiferencia, es consciencia. Y eso, querido lector, se entrena.
En serio… déjate de postureo emocional
Todos hemos pasado por esa fase. Lo importante es que no te quedes ahí. Que no te acostumbres a vivir con el volumen bajado. Que no normalices la desconexión, ni conviertas en broma lo que en el fondo te duele. Puedes ser irónico, como yo. Pero no uses la ironía como escudo. Úsala como trampolín para abrir el alma.
En resumen (porque hay que cerrar, aunque podríamos seguir horas)
Si estás fingiendo que no te importa nada, lo más probable es que estés evitando lo que más te importa. Y eso, tarde o temprano, pasa factura. No en forma de drama griego, sino en forma de apatía, cansancio, y esa sensación de que la vida te pasa por al lado y tú no estás invitado.
Así que te lo digo como coach, como hombre, y como ser humano que también ha fingido muchas veces que todo estaba bien: date permiso para preocuparte. Pero hazlo con conciencia, con humor, y con ganas de reconstruirte.
Y ya sabes: en la comunidad “Conecta tu cuerpo y tu mente” te esperamos con sesiones en directo, reflexiones profundas, humor con sentido, y gente que también ha decidido dejar de fingir. El enlace lo tienes en el primer comentario del vídeo. Y si no lo encuentras… es que no te estás dejando ayudar, que también tiene su miga.
Nos leemos pronto. O mejor aún, nos vemos.