No basta con tener limones, hay que saber hacer la limonada
Sí, ya lo sé. Qué frase tan bonita, tan Pinterest, tan “frase de taza”… pero espera, porque tiene más profundidad que un charco de emociones sin gestionar…
Todos tenemos limones. Tú, yo, tu cuñado el que todo lo sabe, y hasta tu ex que parecía tan dulce como la limonada y luego resultó ser más bien vinagre de limpieza.
Pero ojo, tener limones no te convierte automáticamente en maestro limonadero. Hay gente que se pasa la vida acumulando limones, y ni un vasito de limonada han hecho. Y claro, luego vienen a coaching personal preguntando por qué están tan amargados… Pues está claro, blanco y en botella.
¿Qué son los limones de la vida?
Que sepas que no son para cócteles (aunque a veces lo parezcan)
Los limones de la vida son esas cosas
que no pediste, pero te llegaron envueltas en papel de lija:
- Te echaron del trabajo.
- Te rompieron el corazón.
- Te salió el emprendimiento regular tirando a catástrofe.
- Te diste cuenta de que no sabías quién eras sin el filtro de Instagram.
En coaching emocional hablamos mucho de esto: la vida no es lo que te pasa, sino lo que haces con lo que te pasa. Pero qué difícil es eso de “hacer”, ¿verdad? Qué fácil es decir “todo pasa por algo”, mientras lloras abrazado a una bolsa de patatas fritas.
El problema no es el limón, sino lo que haces con él
Aquí entra la parte divertida. O dramática, depende de cómo te lo tomes.
Caso práctico: la tragedia de los limoneros en serie
Hay personas que coleccionan limones como si fueran cromos. A cada situación complicada, responden con un:
—Otra más. Qué vida más perra.
Y claro, así no hay quien haga limonada. Porque la limonada necesita azúcar, agua, energía, y sobre todo: ¡GANAS!
En coaching personal lo veo mucho: gente con un talento enorme, una sensibilidad brutal, y una colección de limones que ni el Mercadona en oferta. Pero claro, sin receta, sin exprimidor, y sin intención de hacer nada que no sea quejarse.
Cómo hacer limonada
Primer paso: aceptar que tienes limones
Parece obvio, ¿no? Pues no lo es. Hay quien niega sus limones como si fueran multas.
Aceptar no es resignarse. No es decir “bueno, me tocó esta porquería de vida y ya está”. No. Aceptar es mirar el limón, tocarlo, olerlo, y decir:
—Vale, esto es lo que hay. ¿Y ahora qué hago con esto?
Este paso, en coaching, lo llamamos toma de conciencia. Y es como la primera cucharada del azúcar. Un poco amarga al principio, pero clave para empezar.
Segundo paso: identificar tus recursos
Aquí viene la parte bonita. Porque todos tenemos azúcar guardada en algún rincón.
Puede que seas bueno comunicando, o que tengas una fuerza interna que ni tú te imaginas. Puede que tengas sentido del humor, o una resiliencia de acero forjado en rupturas amorosas y reuniones familiares.
En coaching de desarrollo personal trabajamos mucho esto: encontrar tus fortalezas ocultas, tus talentos olvidados y tus recursos internos. Porque sin azúcar, la limonada es solo una tortura líquida.
Tercer paso: mojarte
Esto es fundamental. Porque hay gente que tiene los limones, el azúcar, el agua, la receta, el exprimidor… y aún así no hace nada.
¿Por qué? Porque hacer implica riesgo. Moverte, decidir, equivocarte, que te critiquen, que no salga bien.
Y ahí es donde muchos se quedan: mirando el limón desde el sofá, con la excusa perfecta de que “no es el momento” o “ya lo haré cuando tenga todo claro”.
Pero, amigo, te lo digo desde el cariño: la limonada no se hace con buenas intenciones, sino con acción.
Cuando tu limonada es un desastre… y eso también está bien
Sí, a veces intentas hacer limonada y te sale zumo de rayos UVA. A veces te pasas con el azúcar y acabas con una diabetes emocional. O no le echas suficiente y la vida te da un sorbo de realidad bien ácido.
No pasa nada. Esto también es parte del proceso. Porque hacer limonada también es un arte que se aprende, y a veces se aprende metiendo la pata hasta el codo.
Lo importante es seguir. Ajustar la receta. Probar otra vez. Pedir ayuda (sí, esto también vale, por eso existe el coaching). Y sobre todo, no dejar que el miedo a fracasar te deje sediento de vivir.
Y si no quieres hacer limonada… ¿qué?
Pues nada, también está bien. Hay quien prefiere hacerse un gin tonic con los limones. Pero eso ya es otra historia.
Lo que no puedes hacer es ir por la vida cargado de limones, lanzándoselos a los demás. Porque eso, además de tóxico, cansa. Y no transforma nada.
El crecimiento personal empieza cuando decides dejar de quejarte de tus limones y empezar a hacer algo con ellos. Lo que sea. Aunque te salga raro. Aunque te manches. Aunque no le guste a tu madre.
Moraleja final (por si no te ha quedado claro)
Los limones son inevitables. Te los vas a encontrar sí o sí. Pero lo que hagas con ellos… eso ya es cosa tuya.
Y no, no necesitas hacerlo todo solo. A veces, una buena sesión de coaching es como ese amigo que te dice:
—Tío, tienes limones. ¿Te ayudo a hacer limonada?
Y mira, entre tú y yo… hay pocas cosas más reconfortantes que beberse una limonada bien hecha, sabiendo que la hiciste tú con tus propios limones.
Aunque al principio picara un poco.
¿Te ha gustado el artículo? ¿Tienes tu propia colección de limones vintage? Cuéntamelo en los comentarios, o mejor aún: vente a una sesión y hacemos zumo juntos (prometo no añadir pepitas de culpa).